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¡Investigar, asegurarnos y desconfiar!

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Por: Robert Rivera Barco1

1 Estudiante del programa de Comunicación Social y Periodismo, Corporación Universitaria del Meta –UNIMETA. Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

La investigación de un periodista, independientemente de su ideología o medio para el que trabaje, debe ser cuidadosa, responsable, atrevida y curiosa. Tiene que estar complementada con una buena dosis de mística, ser audaz, profunda, debe contrastar fuentes y ser rigurosa. Es lo mínimo que debe hacer un buen periodista para informar de un modo claro y ser fiel a la verdad de los hechos.

El periodismo es una labor muy estricta que exige dedicación. Por ejemplo, en el caso del periodismo de investigación, el periodista debe (además de todas las características y exigencias mencionadas anteriormente) actuar con valentía, observar, ser discreto y decisivo.
Vale la pena tener en cuenta y no olvidar que, las estadísticas de amenazas a periodistas son tan altas que incluso han llegado al extremo del silenciamiento. En 2020 fueron asesinados cuatro periodistas y veintitrés sufrieron amenazas, según la Fundación para la libertad de prensa (FLIP). Y claro que los casos bien investigados pueden llegar a incomodar a algún sector de la sociedad, a personas o a grupos delincuenciales, pero para un investigador de los derechos humanos como Mario Calderón, puede ser aún más peligroso. La relación que encuentro en estos dos casos, es la misma, la investigación.

A Mario Calderón y a Elsa Alvarado, importantes investigadores del Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP), los conocí hace algunos años, por esta razón comparto esta historia que, a mi modo de ver, nos puede ilustrar sobre estas situaciones y sobre las precauciones que se deben tener a la hora de hacer periodismo. Les explicaré.

Corría el año de 1997 en el mes de febrero. Para ese momento yo era camarógrafo del nuevo proyecto de televisión del diario El Espectador. Llegué a trabajar como de costumbre a las 6:00 a. m., era mi turno asignado para esa semana en el noticiero Buenos Días Colombia.

Salí a realizar una nota con el periodista, como era usual en esa época. Conocí a Mario Calderón y Elsa Alvarado una pareja joven, divertida, interesante y muy cálida. Jamás se me pasó por la mente que -pocos meses después de haberlos conocido- fueran asesinados en el mismo apartamento donde reímos y compartimos experiencias en una agradable tarde, mientras nos tomábamos unas “onces” que nos había preparado Elsita, con mucho cariño y alegría. Recuerdo su cara: era como aquellas mujeres que parecen tener una sonrisa a flor de labios en todo momento.

Mario conoció a Elsita en el CINEP y desde ese momento sintieron atracción mutua. Rápidamente decidieron compartir sus vidas y formar una familia. También, compartían sus ideas y, por supuesto, el interés por investigar.

El 19 de mayo, Mario Calderón y Elsa Alvarado fueron asesinados en su hogar en presencia de su hijo Ivancito, a quien los asesinos le perdonaron la vida. A esta pareja tan joven, acogedora e inmejorable anfitriona, le faltó mucho por vivir.

Este crimen, junto con los de Jesús María Valle Jaramillo, Eduardo Umaña Mendoza y Jaime Garzón, fueron declarados crímenes de lesa humanidad. En un artículo publicado en 2016 por el diario El Espectador, se señala que “no hay condenas contra los autores intelectuales ni los determinadores de los asesinatos”.

Luego de años de “exhaustiva” investigación, después de muchas versiones y de atribuirles el crimen a diferentes autores intelectuales, las autoridades determinaron que fue Carlos Castaño quién encargó a la banda delincuencial la Terraza, de la ciudad de Medellín, la ejecución de Mario Calderón y Elsa Alvarado. Sin embargo, han pasado veinticuatro años y estos hechos no se han comprobado satisfactoriamente. Carlos Castaño, la persona acusada, ya está muerto y de los autores materiales no hay indicios. Así las cosas, en este triste episodio, para el cual se ordenó una exhaustiva investigación, no hay resultados de la justicia. Este crimen pasó a ser parte del alto porcentaje de asesinatos que van quedando sin esclarecer y se relegan al olvido con el pasar de los años.

Hablo del caso de Mario y Elsa porque los comparo con el trabajo de investigación que realizan nuestros colegas comunicadores. Ambos obedecen a un denominador común: la investigación y el riesgo que se asume. El desenlace que tuvo esta historia también encuentra relación con la labor, pues lo mismo les ha sucedido a muchos periodistas que luego de realizar sus denuncias, terminan por ser víctimas de hostigamiento y sometidos a diferentes tipos de amenazas: como la obstrucción a su labor, hasta llegar incluso a consecuencias fatales por el hecho de hacer públicos resultados que incomodan. Cabe resaltar que, en nuestro país, toda persona puede compartir información y expresar su opinión libremente, derecho consagrado en el artículo 20 de la Constitución Política de 1991.

Recordar a periodistas como: don Guillermo Cano, Efraín Varela Noriega, Edison Alberto Molina, Luis Carlos Cervantes, entre muchas otras víctimas, me lleva a reflexionar sobre los cuidados obligados que debe tener el periodista luego de publicar los resultados de sus trabajos. En el caso de estos periodistas, las investigaciones que realizaron sobre las personas objeto de estudio produjeron el miedo de las mismas, y ante la falta de argumentos decidieron callarlos para siempre.

Todos ellos investigaban, sin embargo, pienso que, luego de publicarse sus artículos no tomaron medidas preventivas severas para su protección. De cierto modo, cayeron en la confianza de suponer, tal vez, que sus investigados iban a responder con argumentos o acusaciones judiciales.

No creyeron, se confiaron, quizá pensaron que los implicados no iban a reaccionar violentamente. Cuando el caso lo amerite, no sobra tomar todas las precauciones, medidas de protección aconsejadas y cuidados exagerados. Pienso que, para la protección de los periodistas, se puede por ejemplo usar “seudónimos”; buscar apoyo en los colegas; no recibir paquetes o algo similar de desconocidos o anónimos; cambiar las rutas frecuentes por donde se transita y ante todo solicitar protección. Siempre guardar pruebas y cualquiera que sea el caso que nos ocupe: desconfiar.

 

 

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